Al formarse la
Tierra, hace unos 4 600 millones años, se halló rodeada por una atmósfera
primitiva, que tenía una composición parecida a la nebulosa inicial,
constituida esencialmente por los restos no condensados de la nebulosa
primitiva como hidrógeno, helio, metano, amoníaco, gas carbónico, vapor de
agua, etc. Esa atmósfera primitiva ha evolucionado desde entonces como
consecuencia de procesos que son perfectamente conocidos. Por una parte, los
gases ligeros como H2 y He, en un proceso llamado desgasificación, han ido
disipándose en el espacio interplanetario porque sus moléculas, al chocar entre
si, alcanzaron, unas tras otras, la velocidad de liberación. Por eso la
atmósfera terrestre carece hoy casi de hidrógeno, mientras que el helio, gas
también ligero pero no tanto como el hidrógeno, ha podido subsistir en íntimas
proporciones, así como también los llamados gases nobles (argón, criptón, neón
y xenón).
La atmósfera perdió sus elementos volátiles y los sustituyó por los gases invernadero procedentes de las emisiones volcánicas del planeta, especialmente CO2, dando lugar a una atmósfera de segunda generación. Los volcanes constituyeron un aporte de vapor de agua, dióxido de carbono, dióxido de azufre y nitrógeno.
La atmósfera perdió sus elementos volátiles y los sustituyó por los gases invernadero procedentes de las emisiones volcánicas del planeta, especialmente CO2, dando lugar a una atmósfera de segunda generación. Los volcanes constituyeron un aporte de vapor de agua, dióxido de carbono, dióxido de azufre y nitrógeno.
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